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Señor del Dharma (法主公 | Fǎ Zhǔ Gōng)

Nuevo encargo | Acabado clásico

Historia del origen

En la dinastía Song (960-1279 d. C.), en las tranquilas colinas de la provincia de Fujian, nació un niño llamado Zhāng Cí Guān (张慈观) en una familia de recursos modestos.

Su padre falleció cuando aún era joven, dejando a su madre sola a cargo de su crianza. Como otros en su pueblo, trabajaba la tierra, y sus días se moldeaban al paso de las estaciones. Poco en su juventud sugería que sería recordado más allá de su tiempo.

Pero al crecer, el niño buscó conocimiento más allá de los campos. Estudió la práctica taoísta, aprendiendo medicina, exorcismo y los rituales de equilibrio y protección. Bajo la guía de un maestro taoísta, se entrenó en el manejo de la espada, dominando no solo la habilidad física, sino también la disciplina más profunda que esta requería.

Su maestro le confió una Espada de Siete Estrellas (七星剑), una hoja atada a la Osa Mayor, que, según se creía, comandaba fuerzas invisibles. La espada no era una simple arma: era una herramienta de juicio y orden, capaz de destruir tanto ilusiones como espíritus. Con ella, viajó, ofreciendo ayuda donde la necesitaban.

Sus viajes lo llevaron a lugares asolados por la inestabilidad y la desgracia. En uno de ellos, una serpiente había establecido su guarida, una criatura de gran poder que había perturbado la región durante mucho tiempo. Zhang la enfrentó solo. La batalla fue larga, pero al final la venció. Su sangre corrió espesa, tiñendo el río de rojo, una imagen que más tarde daría al lugar su nombre: Agua Roja (赤水 / Chì Shuǐ).

Pero su mayor prueba estaba por llegar. La tierra estaba plagada de los Cinco Fantasmas (五通鬼 / Wǔ Tōng Guǐ), espíritus que sembraban el caos y se aprovechaban de las debilidades humanas. Zhang los buscó y los confrontó, blandiendo su espada contra sus ilusiones. Sin embargo, ni siquiera él era inmune a su poder. Fue capturado y arrojado a las llamas, ardiendo durante siete días y siete noches. Cuando emergió, su rostro se había ennegrecido, no por las heridas, sino como señal de lo que había soportado. No habló del dolor ni buscó compasión. Su rostro se convirtió en un recordatorio, para sí mismo y para quienes lo siguieron, de que había enfrentado la destrucción y se mantuvo en pie.

Tras su ascensión, el pueblo lo consagró como 法主公, el "Señor del Dharma".

En las imágenes de él, se le muestra descalzo, un detalle que habla de su humildad y desapego de las preocupaciones mundanas. Libre del peso del estatus y la riqueza material, es capaz de caminar entre los reinos mortal y divino.

Bajo sus pies hay ruedas que giran sin cesar. Sugieren que su presencia nunca es fija, que siempre está en movimiento, respondiendo donde se le necesita.


En el taoísmo, la rueda giratoria también simboliza la inevitabilidad y el destino, el desenvolvimiento del destino y un recordatorio de que todo fluye. Permanecer en ella, como lo hace el Señor del Dharma, no significa detener su giro, sino avanzar a su ritmo: reconocer la fuerza del destino, conservando al mismo tiempo la capacidad de guiarlo.

* Dependiendo del uso previsto, nuestras estatuas pueden ser consagradas o no. Si están consagradas, se consideran sagradas y se utilizan para el culto religioso. Las estatuas no consagradas pueden exhibirse como obras de arte y cultura, expresando las mismas ideas y valores, pero de forma no religiosa.

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